Sangre y arena





     Las Ventas, plaza que hoy viste de grana y oro, espera que suenen los clarines y la bandera del coso quede desplegada.
El toro sale del chiquero con sus pitones como guadañas, enlutado en su negro zaino presagio de la muerte que se cierne en el burladero. Con los primeros acordes comienza la danza maquiavélica, casi dantesca, tradición de un populacho sediento de sangre y arena.
Un pasodoble  regado de verónicas y chicuelinas que muestran al toro quién es el maestro de baile.
En el cambio de tercio, mi muleta templa y encauza su embestida. Como buen iniciado  sigue mis pasos con una agonía lenta y torpe.
Mi finalidad es agotarlo, y paso mi capote sobre su cara, al ras de un cuerpo que es una diana de banderillas bañadas en sangre.
Desde el tendío se escucha los flashes de las cámaras: el folclore español capturado en un segundo para la posteridad.
Una vez más, la supremacía del torero se erige como el mausoleo a una vida dedicada al sacrificio.
Una sombra planea sobre mi cabeza y se posa sobre el animal, lo envuelve: la muerte viene a reclamarle
Y entonces, me planto frente al toro. Bajo el capote y subo el estoque, le miro a los ojos de igual manera que cientos de veces antes. He interiorizado este ritual como el que encuentra el hábito en lo cotidiano. Es algo automático, no tengo que pensar en ello, y sin embargo, termino haciéndolo cada vez.
Agito el capote para que el toro baje la cabeza y me ofrezca una buena estocada, y con ello mi gloria. Cabecea pero no termina de agacharla bien. Aguanto la respiración un segundo, tiempo en el que recuerdo a todos y cada uno de los toros que he lidiado: la posición de mi cuerpo, el silencio en la plaza, la embestida del toro, el tacto del acero entrando en la carne y rasgando sus entrañas, y por último, ese olor a muerte.
Agito el capote de nuevo, el toro escarba la arena, la tensión impregna el momento pero el toro no mansea, se lo piensa, y sube la mirada hasta encontrarse con la mía. Y entonces, veo lo que cientos de veces no he visto antes: sus ojos acuosos, cansados e inocentes. Me adentro en ellos, y quedo conectado durante un lapso de tiempo que parece una eternidad. Atado a él en un lazo etéreo de dolor ajeno, y a la vez mío propio.
Dejo caer el capote y el estoque. Me giro arrastrando los pies hasta la barrera. He roto un muro, quizás, he saltado a un punto más de conciencia. Me derrumbo y rompo en llanto. He visto en sus ojos su sufrimiento y el de todos los toros que he matado.
Hoy es la primera vez que no mato un toro, y la última que toreo.





Comentarios

  1. Bienvenida, Elena, a este mundo bloguero. Me encanta todo lo que publicas por lo que me voy a suscribir a estos "Versos rotos" para no perder su pista.

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    1. Sí, al fin me decidir a recopilar mis textos en un blog, aunque recién me estoy haciendo a ello. Muchas gracias, sabes que siempre eres bienvenida. Un besazo grande y feliz verano!!!!!

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  2. Hola de nuevo, Elena.
    Al parecer acabas de entrar en el mundo de la blogosfera. ¡Bienvenida!
    Yo llevo un año, pero todavía me considero "en pañales". Supongo que te sonará mi nombre...
    Me han acercado aquí tus versos y ahora acabo de leer el relato sobre el toro de lidia. ¡Qué bueno sería, que la última frase se cumpliera!
    ¿Que te ha parecido la idea de Sue? Supongo que a todos nos ilusiona.
    Un abrazote

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  3. Sii, intentando manejarme con el blog porque soy algo nefasta con las tecnologías!!!
    Ana, no solo recuerdo tu nombre y se quién eres, ademas te tengo aprecio. Somos una gran familia los "compulsivos". Y el proyecto me tiene ilusionada y eso es lo más importante, Sue es increíble!!!
    Un abrazote bien fuerte!!!!

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