TRES NO SON MULTITUD
Oigo la cama protestar y agudizo mis sentidos; creo que alguien se ha levantado de ella. Maldito chirrido. “Debería haber cambiado el colchón hace tiempo” me recuerdo y prometo que de esta semana no pasa. Con ello, mi mente se dispersa.
Descarto que sea mi marido que yace a mi espalda, una mano está posada en mi nalga; la otra está enredada en el pelo, mis rizos se tensan ante un movimiento de sus dedos, me pregunto qué estará soñando porque si algo me fascina es que hasta durmiendo es posesivo.
Abro los ojos y veo a Alexa, se viste con sutil delicadeza para no despertarnos. Observo su desnudez, impávida y provocadora, que me recuerda el sabor que han dejado sus senos en mi boca. Es deliciosa, siempre tan dispuesta a eclosionar una primavera entre nuestras frías sábanas.
Lentamente veo como sube ese minúsculo tanga por sus redondas caderas, sabe que la observo y se deleita colocando sus labios carnosos en tan pequeña tela.
Me levanto y me sonríe mientras deja un ligero beso en mi mejilla y acaricia delicadamente mis pechos hinchados.
Aquí no hay despedidas ni promesas, cada una sabe la posición que ocupa la otra, pero sí hay mucho respeto.
Cierro la puerta y, después de una breve ducha, vuelvo a la cama.
“Mañana tengo que ventilar la habitación, está impregnada de sexo” me repito varias veces como castigo a mí osadía.
Mi cuerpo aún resacoso de sexo protesta por los excesos, pero es la mano de mi marido quien lo silencia recorriendo la desnudez de mi pubis. Siento la acuosidad del mismo mientras viola con sus dedos mi custodio recato hasta extinguirlo. A tientas busca el oscuro objeto de su deseo, esa zona que no compartimos con nadie porque hay cosas que son muy nuestras. Y me invade por detrás. Mi mente se queja, que no mi cuerpo; sin embargo en algún momento me desconecto de ella.
En pocos minutos deja tras de sí un cuerpo dolorido y desmadejado, pero pleno.
Sobresaltados, escuchamos un débil gemido en la otra habitación. Le miro mientras dibujo en mi cara un puchero infantil, estoy agotada.
— Ya me ocupo yo —me sonríe— tú descansa, pequeña.
Cuando regresa, acuna entre sus brazos un pequeño bulto: nuestro hijo, Daniel.
Mis pechos hormiguean y se endurecen; ya le toca la toma. Coloca al pequeño en la cama entre nosotros y lo acomoda para que no sufra mi espalda mientras nos mira con devoción.
No sé cómo hace para cambiar de registro tan fácilmente, pero en su oscuridad encuentro mi luz.
Volvemos a ser tres en mi cama.
Y con ello las protestas del colchón. Debo cambiarlo, lo sé, pero eso puede esperar.
Muy bonito e inspirador !, Gracias por compartir amiga. 😉
ResponderEliminarGracias a tí siempre por dedicar parte de tu tiempo a leerme!!
EliminarUn abrazo
Simplemente agudeza sexual y percepción erótica sin igual.
ResponderEliminarMuchas gracias por visitar mi casa!!
EliminarAbrazos
Lo has contado muy bonito y dulcemente.
ResponderEliminarEs cierto que cada uno ocupamos un lugar distinto, y que con algunas personas no hay promesas ni adioses.
Escenas parecidas a muchas de las mías...
Hola, guapa! Hay tantas maneras de vivir la vida y todas ellas tan distintas!! Esta solo es una más en este infinito mundo de posibilidades! Un abrazo bien apretado!
Eliminar