Paula


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Mi pequeña Paula
 Ahora, me pregunto cómo en ese cuerpo tan chico se escondía un ser tan grande.
Inesperadamente, te alojaste en un discreto hueco en las entrañas de tu madre, que no supo de tí hasta que tuviste la fuerza suficiente para tocar a la puerta de su abdomen, ya, algo abultado. Con la misma impaciencia que te hiciste sentir, llegaste una noche, sin previo aviso y antes de hora, bañada en un mar de sangre desafiando las leyes del destino. Pero tu fortaleza era mayor que ese desmadejado cuerpecito tuyo, y junto con tu tenacidad, inclinaron el fiel de la balanza que te devolvió a la vida.
Irrumpiste en una extraña casa, y en unos brazos vacíos que ya no te esperaban; sin tener un nombre en el  que cobijarte porque hasta ahora habías sido solo un fantasma.
Bajo estas circunstancias, tu presencia era lo más parecido a un milagro ya que para tus padres fuiste un desliz, una ecuación mal calculada donde los números sobrepasaban los metros cuadrados de una vivienda maltrecha. Aún asi, te convertiste en el alegre remiendo de una familia descosida.
La luz que desprendías  evidenciaba el moho humano de ese barrio construido con retales de despojos. Hileras simétricas de casas prefabricadas, identicas entre sí, pero personalizadas por el drama que habitaba en ellas y un número pintado en el umbral de la puerta que os marcaba como parte del rebaño de algún holocausto.
El 3703, tu número de la no suerte; tu hogar y tu desdicha.
El tiempo pasó rapido, y no me dejaste muchos recuerdos a los que acudir, pero descargarte sobre mí una tormenta de sentimientos que, hasta hoy, enturbia mi calma.
No puedo contarte cual fue tu primera palabra, ni cómo fueron tus primeros pasos; no lo retengo en la memoria, ni nadie me lo ha contado. Pero, me consta que fuiste muy precoz en declarar tu independencia pueril.
Si algo no soportabas era el ruido, ese grito de la ira que es la violencia y que, en ocasiones, sobrepasaba el indice de decibelios permitido por tus oídos.


Sin embargo, tus pies etéreos flotaban sobre la miseria, sin infectar la inocencia que preservabas intacta en aquel rincón invisible de tu azotea, donde te ausentabas cuando el ruido de aquel barrio mordía tu sensibilidad, y desde allí, observabas el mundo en silencio.
Eso, te hizo siempre especial, Paula.


    Paula, por hoy, termina este cuento. Sé que has esperado mucho para escucharlo, pero la vida no se mide en tiempo, sino por momentos. Ya, no hay prisa. Lo difícil, siempre, es atreverse a comenzar, pequeña.
   



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