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Mostrando entradas de agosto, 2018

La petite mort

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Será que mis labios tiemblan y ya me temo el desastre, al sentir tu boca cerca de mi cauce al derramarse. Mas yo no tengo paciencia y dejo soltar amarres; tú desdibujas mis penas al zambullirte en mis mares. Las olas que nos arrecian rompen en finos corales que custodian mis caderas por estos sismos salvajes. El terremoto me acecha, mi epicentro se contrae; rasgo la cuerda que tensa mis instintos más carnales.                 

La piel que habito

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       En la corteza de un sauce        bajo sus ramas lloronas,        el oscuro símil late        en mi piel como la roca       Agrietada por el trance       del amor y demás cosas;       ruda corteza que parte       mi frágil escama rota.       Visto mi traje de látex       y me convierto en leona       con mi corazón de jade       desinfectado de esporas.      Soy lo que no dice el aire,      guardián de mi fría alcoba,      testigo de mi desgaste      y del mal que a mí me asola.

Paula

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                                      1 Mi pequeña Paula  Ahora, me pregunto cómo en ese cuerpo tan chico se escondía un ser tan grande. Inesperadamente, te alojaste en un discreto hueco en las entrañas de tu madre, que no supo de tí hasta que tuviste la fuerza suficiente para tocar a la puerta de su abdomen, ya, algo abultado. Con la misma impaciencia que te hiciste sentir, llegaste una noche, sin previo aviso y antes de hora, bañada en un mar de sangre desafiando las leyes del destino. Pero tu fortaleza era mayor que ese desmadejado cuerpecito tuyo, y junto con tu tenacidad, inclinaron el fiel de la balanza que te devolvió a la vida. Irrumpiste en una extraña casa, y en unos brazos vacíos que ya no te esperaban; sin tener un nombre en el  que cobijarte porque hasta ahora habías sido solo un fantasma. Bajo estas circunstancias, tu presencia era lo más parecido a un milagro ya que para tus padres fuiste un desliz, una ecuación mal calculada donde los números sobrepasaban los me

La otra

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LA OTRA      Sola. La cruel realidad que acompaña a esta relación de una única dirección. Me siento atorada en este laberinto y en mi asfixia imagino cómo encontrar la salida; el dolor abre una brecha a la esperanza y eso mantiene viva la savia de mi cuerpo. Me abrazo a un futuro incierto para huir de un presente donde mi único anhelo es un retorno de sentimientos, el cual, siempre queda varado en la otra orilla. Mientras alimento tu ego se va desnutriéndo  mi alma al alimentarla de las  migajas del excedente de tu tiempo. Siempre, a la espera del visado que legalice la entrada a un país que lleva tu nombre. Voy calmando mi sed con el amargo caldo del amor fermentado que tu verdad rompió con mentiras tejidas en mi maltrecho corazón. Tres palabras fueron suficientes para que la iconoclasia de nuestro amor furtivo abriera un abismo de humillación entre nosotros: "Eres la otra". La mujer sin rostro, espalda erguida y piernas abiertas.  Abandonada en una cortina de e

Helenas

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                  Aislada en mi torre frente a un telar sobre el que tejo mis desdichas escucho los gritos histéricos de Casandra: " Arde Troya". Traspaso el umbral que me lleva a la balconada y observo impasible la escena. La noche se hace día por los destellos dorados del fuego convirtiendo Troya en una sola antorcha. Las llamas envuelven las murallas y en su interior, la ciudad dormida, muere transformàndose en cenizas. Troya se consume por el fuego burlón de la pasión inconsciente de Paris y su afán de poseerme. Él no me quiere, ninguno de los que blanden su espada por mi honor aman a la mujer, solo desean mi belleza. ¡ Mentirosos! ¡ Que arda Troya, y con ella todos los hombres que destrozaron mi dulzura interna! Oigo tocar la puerta, es Casandra, que con voz compungida me da la noticia: - Emperatriz, su amado Paris ha fallecido en el fragor de la batalla. Unas lágrimas recorren mis mejillas, no es su muerte la que lloro sino la mía. Me refugio en un r

Parkinson

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    Por vida, una paleta desprovista de colores, tan solo, un binomio en blanco y negro, burlesco, de idas y venidas al hospital. Metáforas, antítesis e ironías, otra forma de vivir que una pluma desgastada acoge en su seno desnudo. Y, ahora, un nuevo amigo, compañero de viaje. Su abrazo axfisia tus miembros, su ira, hace temblar tus pilares e intenta apagar ese candil, luz ínfima de tu alma. Camina junto a tí, y le tiendes la mano, para que lo haga contigo. Le susurras al oído, en el intento de que no lo olvide: Yo; tú aceptándolo como parte de ti, pero siempre, tú primera. Has ganado la primera batalla, sin violencia, Tú redención ha convertido al enemigo en amigo: Parkinson, dices que se llama.

Sangre y arena

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     Las Ventas, plaza que hoy viste de grana y oro, espera que suenen los clarines y la bandera del coso quede desplegada. El toro sale del chiquero con sus pitones como guadañas, enlutado en su negro zaino presagio de la muerte que se cierne en el burladero. Con los primeros acordes comienza la danza maquiavélica, casi dantesca, tradición de un populacho sediento de sangre y arena. Un pasodoble  regado de verónicas y chicuelinas que muestran al toro quién es el maestro de baile. En el cambio de tercio, mi muleta templa y encauza su embestida. Como buen iniciado  sigue mis pasos con una agonía lenta y torpe. Mi finalidad es agotarlo, y paso mi capote sobre su cara, al ras de un cuerpo que es una diana de banderillas bañadas en sangre. Desde el tendío se escucha los flashes de las cámaras: el folclore español capturado en un segundo para la posteridad. Una vez más, la supremacía del torero se erige como el mausoleo a una vida dedicada al sacrificio. Una sombra planea sobre m